We belong amog the wild flowers o muerte por fuego a todo lo que nos limita

Arely Valdés
3 min readSep 3, 2018

Hay ciertas cosas que una nunca dice. Los motivos, casi por regla general, pueden clasificarse como a)exhibes a alguien o b)te exhibes. Para no divagar en torno a las posibilidades de la exhibición, creo que me basta decir que la exhibición es signo de vulnerabilidad, o de debilidad, en cualquier caso. Pienso en los vetustos pedazos de civilizaciones que colocan detrás de cristales en los museos, en los cuadros de naturaleza muerta colgando de paredes con una raya sentenciosa pidiendo que te mantengas alejado, sin nada que hacer salvo permanecer ante el ojo que juzga y parte.

Entonces, hay ciertas cosas que una no dice porque puede que tu comentario exponga de alguna forma al interlocutor, lo que de antemano demuestra interés genuino por la otra parte, o porque tu comentario colocaría a la luz cierta sección de tu paisaje interior que prefieres mantener a la sombra.

Yo, por ejemplo, nunca dije que mi negación a procrear era mi manera de enjuiciarme por tener fantasías de hijos y familia al lado de un hombre que hace poco más de un mes terminó su relación conmigo. La ruptura me ha tenido dándole vueltas al asunto del amor. Entre cervezas, me vi obligada a balbucear para una amiga mi definición de amor. Mantengo lo que creo que dije: cada quien lo define. Con los días, observando a mi dolor y a las cosas que no dije, caí en cuenta de algo, como Jake Peralta de B99, cuando resuelve casos a la mitad de conversaciones que no guardan conexión.

Pensé en las relaciones y rupturas de amigas, conocidas, e historias que he leído en hilos de twitter y en otros sitios de internet. Fue dolor sobre dolor: somos generación de transición. Sobra decir que hablo desde un grupo bastante especifico de mujeres, pero que, supongo, podría aplicarse a más de una trinchera. Fue dolor sobre dolor: por la separación, por supuesto, y por el ver arrebatadas de tajo montones de fantasías que traía metidas en el cuerpo desde quien sabe cuando. Duele no ser correspondida. Duele querer encajar en la realidad un entramado súper barroco de ilusiones. Las películas, los libros, la educación, no sé quién, ni desde cuándo, pero se han esmerado por vender una ficción sobre cómo debe comportarse una mujer, sobre cómo debe lucir, sobre cómo debe de amar. Y una vez que caes en cuenta de esto, diosas, hay que hacer de tripas corazón (¿o sólo soy yo pecando de sensible?) porque cala ya no ser capaz de soltar el ojo crítico y encontrar hasta en la película preferida o en la actitud del padre como están de descompuestas las cosas.

Somos generación de transición, como todas las generaciones en realidad, pero también somos generación que se concilia con la realidad, que abandona mitos y hace las paces con la verdad. El futuro es femenino: aprendo mi dolor para evitárselo, sin ir tan lejos, a mi hermana por ejemplo, porque espero, de verdad, que mis tribulaciones se las ahorren ella y muchas más. Creemos tener tan claro cómo debe lucir y sentirse el amor, que ante el corazón roto resulta mucho más sencillo tacharse de inadecuada y echarse al hombro el costal de culpa. Lo único que tal vez esté mal en nosotras es la ceguera y la incapacidad para soltar. No deseamos ver y cuando por fin lo hacemos, se complica el dejar ir de buena gana algo que nos tiene ahí para su interés y satisfacción y con fines generalmente utilitarios. Una vez que no se nos encuentra mayor uso, se nos desecha sin remordimiento, total, allá afuera existen chicas que aún se aferran al amor romántico, que todavía permanecen embotadas por ficciones aprendidas.

Va para mí y para quien corresponda: basta de callar, que las flores salvajes también se exhiben, impúdicas y con desparpajo, crecen donde quieren, como quieren y sin los criterios tarados de los museos. Muerte por fuego a todo lo que nos limita.

--

--